juan burillas
Editor in chief
En aquella cena se celebraba mucho más que el ascenso de mi padre. Él iba a dejar de ser el más eficiente de los empleados para transformarse en socio, en un más de los dueños de buffet de ingenieros que robaba casi todo su tiempo. Ahora habrÃa más vacaciones, con más semanas para estar en familia, ahora tendÃa tiempo para dedicárnoslo a nosotros.
Mi madre estaba tan entusiasmada como él, quizás mimetizaba su ilusión, aunque creo que ella también luchó para que mi padre llegase hasta aquÃ, asà que ella también se sentÃa como si le hubiesen concedido un afamado galardón, "a la mujer que más ayudo a su marido". Mi madre aun sigue siendo conservadora en su mentalidad, aunque haga top-less con sus amigas cuando veraneamos, o luzca unos escotes que muestran sus voluptuosos senos.
Asà que esa noche los cuatro nos pusimos nuestras mejores galas, mi padre y yo con nuestros smokins con fajÃn y una incomoda pajarita que nos querÃa ahogar mientras se resistÃa a mantener su horizontalidad. Mi madre lucÃa un carÃsimo vestido negro con lentejuelas, era flojo y le llegaba por encima de los tobillos ocultando sus maravillosas piernas, por la espalda le caÃa un generoso escote, dejando ver que no llevaba sujetador. Mi hermana iba más guapa si cabe, con un traje sastre de chaqueta y una falda que le quedaba bajo las rodillas, era de color claro aunque apagado, una mezcla entre crema y café.
La cena, por supuesto a cuenta de la empresa, era en un céntrico restaurante de especialidades vascas, durante la cena se vaciaron botellas de vino a una velocidad supersónica, y a mediados del segundo plato ya se notaban los destellos en los ojos de muchos comensales. Resultaba hasta gracioso ver a una docena de señores trajeados barullando estrepitosamente canciones antiquÃsimas. Sus mujeres se sonrojaban, mitad por el espectáculo bochornoso que ofrecÃan sus acompañantes, mitad por el alcohol que también ellas habÃan bebido.
Mi hermana no bebÃa, era abstemia, asà como también era vegetariana y un montón de cosas más, por lo que apenas tomo una lechuguitas y agua. Yo por mi parte no bebà nada porque era el responsable de llevar el coche de regreso a casa. Aún no tenÃa edad para obtener el permiso de circulación pero sabÃa conducir perfectamente ya que soy pilote de karts desde temprana edad, y además mi padre me dejaba el coche todos los veranos en el pueblo; asà que serÃa yo quien tendrÃa que llevar a casa a mis ebrios progenitores y a mi hermana. Pero después de los postres el ambiente se volvió aún más festivo, los chupitos y los puros acabaron por caldear el ambiente de tal forma que todos vociferaban pidiendo que la fiesta se prolongase en una discoteca cercana. Mi hermana estaba cansada y muy aburrida, por lo que se fue a casa con mis tÃos ya que tenÃan que madrugar al dÃa siguiente y sé fuero temprano de la fiesta.
Mi padre se acercó a mà visiblemente borracho y me pidió que los llevara a la dichosa discoteca. Con nosotros vendrÃa también otra pareja, resultó ser un socio del buffet. Un cincuentón bajito con un poco de tripa, a su lado una mujer claramente más joven que él, de un0os treinta y muchos, con un vestido escotadÃsimo de ganchillo negro. A través de los claros de la tela se le veÃa claramente el sujetador también negro. Me sorprendió mucho que aunque la tela se asomaba opaca se podÃan adivinar perfectamente los pezones, como si el alcohol la excitara.
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Asà que mientras algunos se iban a casa, otros tomaban el taxi para llegar a la discoteca. Nosotros cinco fuimos en coche, yo conducÃa, mi madre me acompañaba delante, estaba sofocada, acalorada, no paraba de abanicarse. Atrás se sentaron los hombres, mi padre tras mi asiento y su socio tras él de mi madre, dejando la mujer en medio. Era el coche de mi padre por lo que el espejo retrovisor estaba adaptado a él, y para mà enfocaba a la rubia del asiento trasero; podÃa recorrerla de arriba abajo, incluso agachando un poco la cabeza podÃa verle la cara.
Julián, que asà se llamaba el ya socio de mi padre no dejaba a de decir lo bien que se lo estaba pasando. En cuanto me detuve en un semáforo pude ver como Julián le estaba sobando una teta a su esposa Isabel, la amasaba con firmeza sobre la tela. SeguÃa hablando al mismo tiempo que asÃa y sopesaba la turgente delantera de su esposa. Me puse nervioso en principio, observe a mi madre y vi como seguÃa abanicándose acalorada, ahora se ayudaba de la falda, dejando entrever sus piernas hasta los muslos. Me estaba excitando, era como si el interior del coche se llenase con un embriagante sabor a libido. Cuando me tuve que detener de nuevo en un semáforo no dejé de observar los tocamientos, descarados y apasionados, que se producÃan en el asiento trasero; se comportaban como si fuesen los únicos ocupantes del coche, como si nosotros no estuviésemos presentes. Cuando la luz verde volvió Isabel dirigÃa su mano a la entrepierna del marido. Yo evitaba mirar por el retrovisor, tenÃa miedo de parecer un pervertido, o despistarme y tener un accidente. Cuando cogà otro semáforo, disimulando observé hacia la pareja. Era increÃble, Isabel habÃa sacado el pene de Julián y lo estaba masturbando. Julián mientras, seguÃa hablando de cosas incongruentes, como si fuese un borracho, quizás fueran asuntos de trabajo pues solo mi padre le respondÃa de vez en cuando. Cuando reanudé la marcha Isabel ya estaba chupándole todo el mango a su marido. Mi padre que estaba a su lado no decÃa nada.
Julián gimió profundamente, un sonido sordo salió de su garganta. Estaba claro que se habÃa corrido. Mi madre sobresaltada miró hacia atrás entre los asientos, se puso muy colorada cuando comprobó el motivo del alarido de aquel hombre. Isabel asomaba por el retrovisor con la boca manchada de semen, no habÃa podido tragárselo todo. Mi madre tuvo que verlo, estaba como atontada perpleja. Nadie dijo nada, parecÃa la cosa más normal del mundo, los hombres siguieron hablando de automatización de producción mientras Isabel y mi madre empezaron a fumar.
Después de aparcar entramos en la discoteca; cada uno llevaba a su mujer cogida por la cintura, yo iba atrás, me habÃa queda algo rezagado, como si fuese el guarda espaldas de las parejas. En el interior del local el ruido era estridente, las luces frenéticas y los clientes mucho más jóvenes que los cincuentones trajeados procedentes de la cena. Yo procuraba mantenerme al margen de todo y de todos, me dirigà a una esquina de la barra y desde allà observaba al personal.
El socio de mi padre se empeñaba en pagar las consumiciones de los cuatro, mi padre trato de impedÃrselo pe le resultó imposible. Mi madre no estaba acostumbrada a beber y ya tenÃa una pequeña borrachera, con ojos brillantes y sensación de alegrÃa; un cubata más serÃa demasiado para su aguante. Me empecé a preocupar por ella, por el exceso que estaba a cometer. Entre tanto, Isabel quiso sacar a bailar a Julián, este se negaba e insistiendo que sacase a mi padre. El cortésmente se negó, a mi padre nunca le gusto bailar, todo lo contrario que a mi madre, asà que tras insistirle a los hombres, sacó a mi madre a la pista; no se lo pidió, ni tan siquiera tuvo necesidad de hablar con ella, solo tiró de ella y la llevó hacia la multitud. Fueron haciéndose sitio, bailaban una hacia la otra, se decÃan cosas al oÃdo y se reÃan, se fueron acercando poco a poco, la una a la otra, moviéndose con contoneos sexuales, provocativos, llamaban la atención de todo los hombres que las rodeaban. En un momento, Isabel acarició el culo de mi madre, provocándole, excitándole, ella seguÃa bailando como si nado sucediese, como si cientos de ojos no observasen las insinuaciones lésbicas que emitÃan. Isabel se volvió a acercar a mi madre, como para decirle algo al oÃdo, pero no era esta su intención, sino la de recorrer con su lengua el cuello y el hombro de mi madre, se detenÃa en las zonas más erógenas, mi madre por veces cerraba fuertemente los ojos y se abrazaba a su compañera de baile, como se asà sintiese más placer en con los lengüetazos de Isabel. Los mirones cedieron a su pasividad y abordaban a las dos mujeres, se le insinuaban, algunos incluso le sobaban el trasero. Isabel se enfado, exageradamente, gritó y volvió a arrastrar a mi madre, esta vez hasta los servicios. Julián y mi padre observaban de lejos los movimientos de sus esposas pero no intervenÃan, parecÃan unos espectadores más de la locura en la que parecÃa haberse transformado esa noche.
La curiosidad me hervÃa la sangre, llevaban ya varios minutos sin salir del baño, por mi mente pasaron infinidad de paranoias, que si el alcohol habÃa hecho estragos en mi madre y ahora estarÃa vomitando semiinconsciente mientras Isabel intentaba de reanimarla, que si algunos locos salidos las siguieron al lavado y ahora estarÃan acosándolas. Pero la idea que dominó mi mente fue la de creer que seguirÃan jugando, acariciándose, lamiéndose, incluso vino a mi mente la perturbada imagen de mi madre masturbando a Isabel. Me estaba volviendo loco, no pude o no quise aguantar más, disimulando, entre el tumulto me aproximé al lavado de señoras, pregunto a varias chicas que salÃan, si sabÃan de dos mujeres mayores, se rieron en mis narices y me invitaron a entrar en el baño. Era un baño inmenso, en una esquina, al lado de un grandÃsimo espejo, estaban mi madre e Isabel devorándose en un frenético morreo; mi madre incluso llevaba su mano bajo la falda de Isabel, parecÃa que estar acariciándole el culo.
Salà del baño apurado, sudoroso y excitado. Mi madre estaba devorando a una treintañera ninfómana y bisexual. Mi peno se habÃa vuelto loco y presionaba mis calzoncillos impartiéndome un fuerte dolor. Caminé desorientado por el local, fuese a donde fuese siempre veÃa a los viejos con carÃsimos traje moviéndose al rimo de la música que nunca serian capaces de bailar. Al llagar cerca de la barra mi padre me llamó, el alcohol le nublaba la vista y enredaba su lengua. Preguntó por mi madre y su acompañante, le metÃ, disimulando, le dije que no sabÃa donde estaba. Julián estaba peor que mi padre, se tambaleaba por momentos parecÃa quedarse dormido. Mi padre les llamó al móvil. No tardaron en aparecer las dos, cogidas de la mano, ligeramente despeinadas y con parte del maquillaje corrido.
Una vez en el coche, Julián se despertó un poco, lo suficiente para invitarnos a dormir en su casa, estaba relativamente cerca y tenÃa un montón de habitaciones libres. Mi padre accedió de inmediato, aparentaba cansado y deseoso de coger la cama para destilar la borrachera. Su casa resultó ser un duplex en un grandÃsimo edificio del centro de la ciudad, Isabel me informó donde podÃa aparcar, Julián y mi padre estaban durmiendo placidamente cuando detuve el coche en el aparcamiento indicado; tuvimos que despertarlos para que nos acompañasen y colaborasen en la difÃcil tarea de arroparlos en cama. El duplex era inmenso, un grandÃsimo salón de dos pisos de altura con un gigantesco ventanal del suelo al elevado techo, hacia el otro lado asomaba un balcón interior al cual se acedÃa por unas trabajadas escaleras. El balcón que daba al salón servÃa de pasillo para acceder a las habitaciones, todas ellas con baño propio y de generosas dimensiones. En el piso de abajo sólo habÃa tres puertas, una de ellas daba a la cocina, otra a un lujosÃsimo baño, y la tercera a un pasillo que a su vez llevaba a otras habitaciones y al despacho de Julián. Acostamos a los maridos en sus respectivas camas, les desnudamos y los tapamos.
Isabel nos invitó a tomar algo, yo quise negarme alegando cansancio pero mi madre me pidió insistentemente que la acompañara. No pude decirle que no. Ahora ya no tendrÃa que conducir por lo que me sirvieron un cubata bien cargado, parecÃa que querÃan emborracharme, pero nunca lo estarÃa tanto como ellas. Después las mujeres se fueron a ponerse más cómodas ya que los dichosos zapatos las estaban matando, asà que me dejaron sólo en el salón. Cogà el vaso y me senté en el sofá, estaba orientado hacia la gigantesca cristalera, se podÃan ver las luces de la ciudad, un millón de puntitos luminosos que parecÃan un cielo estrellado bajo el Olimpo.
A mi mente llegaron las imágenes de mi madre en el servicio de la discoteca fagocitando la boca de Isabel. Era un morreo pasional, como si toda su vida pendiese de la lengua de la desconocida. No sabÃa por qué pero la imagen lésbica de mi madre me excitaba, sólo con pensar en sus manos recorriendo lentamente el culo de otra mujer me producÃa una erección instantánea, mi miembro presionaba durÃsimo contra las telas que lo cubrÃan. Por instinto lleve mis manos sobre el pantalón, hice presión sobre el pene y después lo acaricié, no era una masturbación, sólo una placentera presión que me calmaba, distrayendo mi mente de los lascivos acontecimientos que trajo esa noche.
La primera en llegar fue Isabel, llevaba una finÃsima bata, el tejido era brillante y parecÃa suave, como si de una seda se tratase; calzaba unas zapatillas del mismo color salmón que la bata. Se habÃa sacado las medias y se adivinaba sin sujetador; la bata se abrÃa en un escote excesivo pero el contoneo de sus grandes pechos al andar delataba la falta de sujeción. Se acercó al mueble bar y preparó dos combinados, lo hacia muy lentamente, como exhibiéndose ante el único espectador que habÃa en la sala, o sea, un servidor. No tardó en aparecer mi madre, llevaba una bata de algodón blanco, de punto americano, con el escudo de un archà conocido hotel londinense que también llevaba en las zapatillas. Se acercó a mà y se sentó a mi lado, cruzó las piernas de forma erótica, la bata se separó dejando los muslos al descubierto. Mi madre era muy hermosa, a sus cerca de cincuenta añas se veÃa muy bien, algunas arrugas le remarcaban el rostro, sobre todo entorno a los ojos, el resto del cuerpo era el de una bella mujer, sus piernas altas y torneadas, su trasero duro y subido igual que sus pechos. Cierto es que son fruto de la cirugÃa que se hizo hace algunos años. No obstante no necesitó silicona ni rellenos ya que no aumentó las proporciones de ninguno de sus atributos, sólo los moldeó para ganar unos cuantos años. He de confesar que alguna vez tuve fantasÃas pensando en mi madre, se ve muy apetecible, tan alta, tan proporcionada en sus curvas, pero ahora no era fruto de mi imaginación, ahora estaba en mi memoria, o lo que es peor, ahora la tenÃa a mi lado borracha y erótica. Me estaba poniendo enfermo, rÃgido, excitado por la presencia de mi hermosa progenitora. Para colmo las imágenes del baño quemaban mi retina, se ramificaban en mi imaginación hasta limitas obscenos. Isabel le acercó el combinado a mi madre, me sonrió y fue al equipo a poner música bajita, era bachata, un ritmo pegadizo que se me ponÃa en las sienes. Isabel se puso a bailar sola, con el combinado en la mano se movÃa contoneando sus pechos, su trasero, los hacÃa muy bien, con ritmo e Ãmpetu, poco a poco el nudo de la bata se le fue aflojando, a su vez, el escote iba aumentando de tamaño, por un momento sus senos parecÃan salirse cuando se asomaban abundantes a las solapas. Yo no perdÃa de vista el escote y seguÃa a los rÃgidos pezones que se marcaban bajo la tela. En un giro brusco la bata se desató y se abrió, mi mirada la recorrió veloz de la cabeza a los pies, sus senos asomaron desafiantes, colgaban ligeramente debido al gran tamaño, su vientre plano albergaba un ombligo profundo, oscuro misterio. Mi mirada siguió bajando, no llevaba bragas, una espesa mata de pelos le cubrÃa el pubis, eran pelos cortos y negros. Pareció no darse cuenta de su desnudez, siguió bailando, dando giros y vueltas mientras se contoneaba, sus senos se movÃan ahora hacia mÃ, hipnotizándome con sus oscilaciones, con su acaramelada textura de fruta madura. Llamó por mi madre para que la acompañase en el baile; asà lo hizo, se acercaron, se rozaron con el ritmo tropical. Isabel desnudó la bata de mi madre, estaban muy juntas y no podÃa ver nada, sólo cabÃa mi imaginación, y imaginé los senos rozándose, uno sobre el otro, pezón contra pezón. Me estaba poniendo muy cachondo con los juegos de las mujeres y no pude aguantar más después de ver como se besaban, fue un beso largo, húmedo, mientras sus lenguas se recorrÃan Isabel fue levantándole la bata a mi madre dejándole el culo al descubierto. Desabotoné el pantalón y liberé mi inflamada verga, necesitaba masturbarme, las manos de Isabel recorrÃan el surco entre las nalgas. Mi imaginaba siendo yo el profanador del estrecho canal, me masturbaba desando suplir a Isabel en sus caricias. Y fue ella la soltó la boca de mi madre para clavar sus ojos verdes en mis pupilas, fue indescriptible la sensación de sus ojos clavados en los mÃos. Se separó de mi madre y la giró sobre si mis ma. Apareció ante mà su cuerpo desnudo entre la bata abierta. Estaba hermosa a pesar de sus cabellos desaliñados, de su mirada vÃtrea, pareciome la mujer más bella del mundo. Mi mano recorrió mi miembro, preso de una excitación sobrenatural, mis ojos viajaban por su cuerpo, sus senos, no muy grandes, rÃgidos, erguidos, con un pezón pequeño, rosáceo, puntiagudo; su vientre plano alimentaba mis deseos, mis ganas, mis movimientos.
Isabel invitó a mi madre a ayudarme, tiro de ella, acercándose las dos hacia mÃ. Mi madre posaba sus ojos en mi paja, era una mirada golosa, famélica; Isabel disimulaba, hablaba sobre cualquier tonterÃa que no merecÃa mi atención. Se arrodillaron frente a mi verga, terminaron de sacarme los pantalones y los calcetines. Mi madre estaba poseÃda, respiraba muy rápido, no dijo nada, sólo agarró mi pene, rÃgido como un mástil de bandera, y se la llevo a la boca, dejó sola a Isabel desposeyéndome de la chaqueta y la camisa. Quedé completamente desnudo, sentado un sofá blanco con mi madre fagocitándose mi miembro, lo hacia violentamente, con movimientos bruscos y sonido escatológicos; de su boca manaba saliva como si mi polla fuese el mejor de los manjares, mientras Isabel tubo que conformarse con mis pezones, los pellizcaba, los mordÃa, los succionaba hasta adquirir un tono morada. Era una situación incoherente, como si todos, incluso yo, nos hubiésemos vuelto locos. Mi madre seguÃa con los ojos cerrados, la saliva recorrÃa mi palo, escurrÃa el bello púbico y sobre los cojones para acabar cayendo sobre el sofá, era tal la cantidad de babas segregadas que bajo mi trasero empezaba a sentirse la humedad. Por fin, y con muchos trabajos, Isabel logró expropiarle la golosina a mi progenitora, pero no se podÃa estar quieta, sino que descendió por palo igual que la saliva y se fue directa a mis sensibles testÃculos y chupó con fuerza, los introdujo uno a uno en la boca, los acariciaba con la lengua, los disfrutaba; por contra Isabel era más tranquila en su felación, y se ayudaba de las manos, era delicioso sentir las dos bocas devorando mi entrepierna.
La calentura de todos iba en aumento, yo hacÃa tiempo que estaba desnudo y las mujeres estaban desprendiéndose de sus batas; empezó mi madre sacándose la suya, luego la siguió Isabel. Sus espaldas estaban arqueadas, desde mi trono sus culos asomaban lejanos, quise tocarlos, amasarlos, lamerlos y poseerlos, asà se lo hice saber, Isabel se giro, arrodillada como estaba; ponÃa su culo en pompa, lo meneaba suave al ritmo de la música, después de un roto asà se separó las nalgas enseñándome sus más sucios secretos; asomaba su ano rosadito y su húmeda gruta; con una mano se abrÃa las tersas nalgas y con la otra, por entre las piernas, llegaba a sus agujeros, los rellenaba con sus dedos, introducÃa dos de ellos en la vagina, se afanaba en humedecer el cerrado esfÃnter; luego con los otros dos dedos –anular u pulgar- invadÃa el intestino, el ano se iba dilatando más y más con cada digital envestida. Todo ese espectáculo ante mis ojos. Le ordené a mi madre que le ayudase a Isabel, querÃa poseer ese agujero y deseaba encontrarlo bien lubricado en mi primera incursión. Mi madre me miró a los ojos, tierna como en mi más tierna infancia me dijo: "Lo que tú quieras cariño"; y se fue a lamer a Isabel, esta se retorcÃa convulsa con los lengüetazas de mi progenitora, primero suaves cÃrculos alrededor del pozo, después con la lengua extendida por completo, feroces invasiones limitadas por la pequeña dimensión del músculo bucal.
Cuando lo consideré suficiente aparté a mi madre, suavemente me arrodillé detrás de Isabel; cuando quise coger el miembro para dirigirlo a la estrecha meta me tope con las manos de mi madre asiéndolo con el mismo fin; con la otra mano le separaba las nalgas. Cuando mi glande sintió el calor del cuerpo de Isabel, un rayo recorrió mi espalda, presioné levemente y mi polla viajaba lentamente sobre la saliva que habÃa dejado mi madre. Cuando hube introducido el glande por completo me detuve, querÃa sentir el calor de sus entrañas abrasándome, pero Isabel querÃa sentirme más adentro, contoneaba su trasero, lo movÃa despacio para tragarse mi nabo. Estaba en la glorÃa, el placer se multiplicaba con el más mÃnimo movimiento de Isabel. Mi madre me acariciaba la espalda, bajaba lenta hasta mi culo y lo apretaba, con la otra mano se acariciaba la vulva. Isabel hizo un movimiento brusco, insertó todo mi miembro en su cuerpo con un solo golpe; me dolió un poco, no tanto como a ella que emitió un agudo alarido de dolor. Yo no pude contenerme por más tiempo, agarré a Isabel por las caderas y comencé con las envestidas, en principio lentas pero poco después ya tenÃan un ritmo vigoroso, Isabel jadeaba, se intentaba masturbar pero perdÃa el equilibrio, necesitaba tener las dos manos en el suelo para recibir todo el impulso, nuestros cuerpos chocaban, sus nalgas aplaudÃan contra mi pubis. Estaba muy cachondo, a punto de correrme. De repente siento como mi madre me pone un dedo en el culo, me envaina como si fuese una espada, me gusta, produce en mi un reflejo de placer, un orgasmo que acaba en una caudalosa eyaculación, borbotones de semen inundan el interior de Isabel; ella sigue moviéndose, contrayendo el ano para aplastar mi pene, como intentando escurrir hasta la ultima gota de blanquecino liquido. Mi madre saca el dedo, con él mi culo emitió un sonoro pedo, todos nos reÃmos. Mi pene ya no estaba tan rÃgido, se desinflaba lentamente en el interior de Isabel. Me desprendo de ella y me acuesto en el sofá, cansado, exhausto, somnoliento. Me estaba quedando dormido, los ojos se me cerraba.
Lo ultimo que recuerdo es a mi madre sorbiendo ruidosamente el semen que manaba del interior de Isabel. Se me cerraron los ojos y quede dormido, profundamente y placidamente.


